Lo percibían todo

 

La calle olvidada albergaba un sinfín de vagabundos. Luces neón brindaban un rayo de esperanza y el fuego que nacía de botes metálicos aplacaban el frío. Algunos dormían envueltos en periódico y cartón, sucios. Sus mentes estaban llenas de drogas y alcohol para olvidar el hambre o el pasado. Otros hablaban en secreto, con miedo, a que los grabara la Inteligencia Omnisciente. Dos adolescentes soñaban viendo imágenes en una vieja tableta, seguramente robada. Max había perdido el pie en una riña con la policía, prefirió perderlo y escapar. Samantha, una mano mientras trabajaba en una fábrica ilegal de circuitos para el mercado negro.

‒ ¿Has visto la prótesis robótica de mano MH5000? Dicen que tiene un sensor nuevo que te permite “sentir” la suavidad de la piel y la frialdad de una piedra de río. Le preguntaba Max.

‒ ¿Crees que con esa prótesis pueda sentir el latido de tu corazón? O ¿el calor de tu piel? Contestó Samantha.

‒Mejor aún, podrías sentir la humedad de mis labios o la temperatura del agua del rio. Le dijo con una sonrisa sugestiva Max a Samantha.

‒ Igual tú, con el reemplazo de tu otro pie podrías jugar futbol con los otros chicos.

‒Dicen que hay una clínica donde pueden ponerte una de esas. Dijo Max, visiblemente emocionado.

‒No es una de esas, porque esa es un prototipo. Samantha no se veía tan ilusionada.

‒ ¿Y cuál es la diferencia?

‒ Que no saben si funcionará.

‒ ¿Correrías el riesgo? Yo lo haría.

Pronto se acurrucaron en un rincón, y se cubrieron con mantas sucias, pesadas. Drones patrullaban la zona y anunciaban su paso con un zumbido peculiar. Sus diminutas cámaras grababan todo lo que pasaba en el barrio. Aunque no se interesaban en los vagabundos, vigilaban con una precisión matemática cada calle, cada rincón de la ciudad. Transmitían en segundos todo lo que registraban: miles de rostros, autos, objetos, luces, partículas. Lo medían todo, lo percibían todo para la Inteligencia Omnisciente que era insaciable.

Algunas semanas después Samantha logró colarse en una clínica para unirle aquella nueva prótesis a su brazo. Max la acompañaba horas antes de la cirugía.

‒¿Tienes miedo? Le preguntaba Max a Samantha, que visiblemente le temblaba la mano que le quedaba y los labios.

‒ No si te quedas conmigo. Le contestó Sam. ‒Ojalá también encontráramos una parte cibernética para reemplazar tu pie.

‒ No es tan importante. Además, me siento como un gran pirata con esta pierna de palo.

En efecto, Max tenía una prótesis de madera para poder caminar. Se apoyaba con un bastón para aminorar el dolor de la presión que provocaba esa mal diseñada prótesis. Después de unos minutos Max se despidió de Sam, mientras ella entraba al quirófano. La cirugía duró horas. La nueva prótesis prometía darle a su huésped sensaciones muy cercanas a las que provocaba la carne y el hueso.

Samantha se recuperaba lentamente. Siendo vagabunda su salud era muy mala. Tenía un leve envenenamiento por radiación, al igual que Max. Era ella, como suponemos, un conejillo de indias para Mejoras Humanas Inc. Así, los riesgos de demandas por el uso de nuevas tecnologías eran mínimos.

‒ Hola Sam, ¿Cómo te sientes? Le preguntaba su amigo Max.

‒ Aún débil por la terapia de regeneración nerviosa. Pero ¿Sabes? Comienzo a sentir un cosquilleo en esta nueva mano de metal que ves aquí.

‒ No se ve de metal.

‒ Créeme, adentro es de puro metal.

‒ Toca mi mano.

‒ Apenas percibo la delgada piel y los huesos de tu mano. Pero no como lo imaginamos.

‒ Date tiempo.

‒ Es muy extraño, también cuando toco cosas con esta prótesis, siento como si alguien estuviera escuchando.

‒ ¿Alguien? ¿No serán las drogas Sam?

‒ No. Te juro que es como si alguien escuchara estas nuevas sensaciones con la mano robótica.

A algunos kilómetros de distancia, la Inteligencia Omnisciente registraba una nueva categoría de datos. Sensaciones de una prótesis de mano robótica.

 

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